Algunos políticos creen que el único motivo de la ciencia y la tecnología es crear nuevos procesos productivos, nuevas empresas, nuevos puestos de trabajo. Creen que algo llamado “ciencia aplicada” se lo puede conseguir, y que es como un café de máquina: se echa una moneda, y a los pocos minutos tienes la bebida calentita en el vaso.
Como contraposición, se inventan una cosa llamada “ciencia básica”, que para ellos suele ser todo lo que no tenga aplicación productiva inmediata. Amazings todavía colea con los comentarios de Sarah Palin: “Las subvenciones se van en investigaciones que no sirven para nada, como esos estudios con la mosca de la fruta…“ Por supuesto, si luego llega una plaga de mosquito tigre a su Estado y necesita saber cómo combatirlo, esos estudios que no sirven para nada le vendrán de perlas, pero mientras tanto, queda bonito eso de erigirse en adalid del despilfarro.
Aquí no tenemos a Sarah Palin. Tenemos algo peor. Se llama Cristina Garmendia, y es Ministra de Ciencia e Innovación. Dejando aparte que el nombre de su ministerio es una redundancia, esta señora se ha quedado a bien publicando un artículo titulado por una ciencia de calidad y sin complejos, donde desarrolla una curiosa teoría.
Según ella, los científicos españoles somos unos quejicas. No nos basta con los aumentos presupuestarios descomunales de los últimos años, queremos más y más. Y si no, nos enfadamos. Menos pucheros y más convicción, nos dice.
Pero como los toros se ven distintos desde la barrera, permitan que este humilde físico les de su opinión. Tranquilos, no les voy a llorar con mis penas personales. De hecho, soy Profesor Titular de Universidad, esto es, con plaza fija, lo que me convierte en un privilegiado en mi entorno. No les hablaré de esos chicos y chicas que sueñan con un contrato Ramón y Cajal, una prórroga de su beca, un año más para acabar la tesis. Sus historias son conmovedoras, pero no van por ahí quejándose.
No, aquí hemos venido a hablar de la Ministra, quien en su artículo afirma que el gasto de I+D se duplicó en España entre 2005 y 2008. Me pregunto adónde habrá ido a parar todo ese dinero. Miro a mi alrededor, y ni mi Departamento es dos veces mayor, ni los investigadores cobran el doble, ni tienen dos veces más material de laboratorio. Quizá se haya disipado en tiempo perdido; en burocracia inútil; en más y más vicerrectorados, viceconsejerías, vicesecretarías y vicevarios; en pagar facturas atrasadas que debían haberse abonado a tiempo; en investigación militar (¿sabe, querida Ministra, lo que nos ha costado el A400M, o el Eurofighter? pues averíguelo); en formar a profesionales que luego toman la puerta por falta de oportunidades, o que sencillamente vuelven a sus países de origen.
Habla usted, Ministra, de colocar a nuestros científicos en Europa, lo que resulta magnífico para ellos, y muy triste para nuestro país, porque no podrá disponer de ellos. Muchos de ellos tuvieron que tomar la senda del Vente a Alemania, Pepe, y cuando políticos como usted les convencen de que vuelvan, bien que se arrepiente más de uno al comprobar que algunas cosas no cambian.
Mejor sería que no tuvieran que irse, y que fuesen los de fuera los que vinieran aquí. Pero es que ni siquiera podemos retener a los talentos extranjeros. Tuvimos en mi Departamento a un argentino que era un McGyver, tuvo que irse a Austria con sus patentes. Ahora trabajamos con investigadores de Polonia, México, Rusia, Argentina.
Yo he tenido alumnos de Islandia, de Marruecos, de Finlandia. Todos ellos, después de investigar con cargo al enorme presupuesto de I+D de que usted se enorgullece, tendrán que volverse a casa porque aquí no hay trabajo para ellos. Los queremos aquí, pero no podemos albergarlos. Será en sus respectivos países donde dará fruto su preparación. Hablar de la fuga de cerebros no es, como usted dice, insultar a los investigadores de prestigio que trabajan aquí; es insultar a los investigadores de prestigio que NO trabajan aquí, porque han tenido que irse.
Dice usted, Ministra, que la sociedad tiene una percepción negativa sobre el estado de nuestra I+D. ¿Conoce usted el Informe 2008 sobre Percepción social de la ciencia?
Huy, qué tonto, claro que lo conocerá, si lo hizo su propio ministerio. Debería leérselo, porque aprendería mucho. Resulta que los ciudadanos den a los médicos y científicos la nota más alta de valoración: 4,2 y 4,1 sobre 5, respectivamente. Me gustaría pensar que usted creía que la nota máxima era un 10, y por eso nos habían suspendido. Le diría cuál es la nota que sacan los políticos, pero ¿para qué sonrojarla?
Parece que usted se ha quedado con el párrafo en el que los ciudadanos consideran que la principal motivación de un científico es la propia ilusión por la ciencia. Resulta el argumento más cómodo para el que tiene que repartir el dinero. Y la verdad es que es cierto. ¿Cuántos científicos ricos conoce usted, Ministra? Yo aún tengo que encontrar una sola persona que me confiese que, si se metió a científico, era por pegar el pelotazo y retirarse al Caribe. La Ciencia es una profesión que no te enriquece salvo espiritualmente. Te llena el alma, te da ilusión, te hace ver que realmente puedes marcar la diferencia en un oscuro laboratorio o en un almacén de becarios sin ventanas. Lees que una investigación en la que has participado ha ayudado a limpiar el cielo de Madrid, o a aumentar la esperanza de vida de los que sufren cáncer, o a crear un motor de explosión que consume un poco menos, y piensas “eh, yo he ayudado un poco en eso.” Miras por la ventana, inspiras hondo. Y, por un momento, te sientes el rey del mundo.
Muchas veces, si el éxito llega, es porque aceptamos como hecho consumado el tener que trabajar sin medios, con presupuestos que nunca llegan, en las condiciones que sean. Somos expertos en hacer más con menos. Si no tenemos grapas, las traemos de casa. Si el ordenador del laboratorio es de la época en la que Bill Gates gateaba, lo usamos igual. Mi primera mesa de trabajo fue un tablero de dibujo en una esquina de un laboratorio atestado de productos químicos. A veces usamos material que ya era antiguo cuando usted estudiaba las cuatro reglas.
¿Cómo se atreve usted, Ministra, a acusarnos de victimistas? ¿Y qué derecho tiene usted a restregarnos en la cara el ejemplo de Cajal, a escudarse tras sus méritos, a apropiarse de su memoria para mayor gloria de su Ministerio? Don Santiago fue uno de nuestros ilustres científicos, sí. Premio Nobel, sí. Investigador ejemplar y ejemplo para los investigadores, sí. Y todo eso no lo consiguió por ser español, sino a pesar de ser español. Tuvo que costearse su primer microscopio de su bolsillo. Hoy, muchísimos investigadores de gran talento no pueden acceder a un contrato Ramón y Cajal. Los afortunados que lo consiguieron se desviven pensando qué pasará cuando se les acabe, dónde podrán desarrollar sus estudios, cuándo podrán ver cumplido su sueño de contribuir al desarrollo de la Ciencia española y compatibilizarlo con hechos tan mundanos como llegar a fin de mes.
Porque Ministra, nosotros no vivimos del aire. No somos los típicos científicos de película, demasiado abnegados para darse cuenta de que en el frigorífico solamente hay un cartón de leche caducada. Pero le diré una cosa, Ministra. El día que nos veamos en esa situación, nos beberemos el cartón de leche y seguiremos en la brecha; y cuando se nos pase la gastroenteritis, volveremos al trabajo. Y los que tienen la suerte de contar con los recursos de Empresas Stark, no es que sepan construir un Iron Man, es que nos hacen todo un escuadrón. Dos escuadrones, si pueden evitarse el papeleo de las subvenciones.
Las palabras que usted nos cita de don Santiago Ramón y Cajal, eso de que la investigación científica en España es cuestión de abnegación y sacrificio, ya nos las sabemos. Esa es una lección que tenemos muy bien aprendida. No necesitamos a ninguna ministra para que nos las recuerde.